IV CONGRESO ECONOMÍA CEC 2024 EJE 1
Joan Tugores Ques Universitat de Barcelona
Resumen
Aunque las complejidades del momento actual del entorno son evidentes, dando lugar a expresiones como “policrisis”, “un mundo propenso a crisis”, o incluso “una nueva guerra fría”, cabe recordar que en una situación similar, en 1930, Keynes planteó escenarios más constructivos basados en el poder de la innovación tecnológica y las inversiones para incorporarlas al tejido empresarial y social. Su apelación a las “posibilidades económicas de nuestros nietos” ha tenido eco en 2024 en una formulación de la directora del FMI, Georgieva en que de nuevo trata de ir más allá del corto plazo para esbozar escenarios con “luces largas”, aunque con las dosis de realismo necesarias, recordando como ya Keynes apuntó las complicaciones que las guerras o las cuestiones demográficas podían suponer. La “next generation” de retos para nuestra sociedad global incluye aspectos muy diversos que reclaman planteamientos de políticas industriales, fiscales, sociales, medioambientales, etc. afrontando trade-off complejos
Palabras clave Nuevos retos Fragmentaciones Tecnología Guerras
KEYWORDS Fragmentation New Challenges Technology Wars
El entorno supranacional tiene un papel central para conformar el marco de la economía y de la actividad empresarial en nuestras sociedades. Las complejidades de la tercera década del siglo XXI – con los riesgos de conflictos geopolíticos de creciente alcance, tensiones en las cadenas de suministros, cambios tecnológicos, etc. – tienen reminiscencias de la situación producida en los años 1930 en que las respuestas proteccionistas y la conformación de “esferas” o bloques de influencias produjo asimismo lo que hoy denominamos fragmentaciones en la economía internacional. Las apelaciones a mantener abiertas, pese a las rivalidades geopolíticas, ámbitos de cooperación/coordinación en lo referente a los más claros casos de “bienes públicos globales” son tan necesarias como de difícil implementación. Keynes, en 1930, apuntó a la necesidad de ir más allá de las dificultades del momento – un “desorden colosal” - para “poner luces largas”. En 2024 la directora del FMI Georgieva (2024 a) ha tratado de plantear un ejercicio similar. Para tratar de esbozar cuáles es la “Next Generation” de retos para nuestra generación, pensando en las futuras, la nueva generación de retos y análisis adecuados para entender los factores que interactúan en el tránsito entre el corto plazo y el largo plazo, manejando la combinación de “luces de cruce” y “luces largas”. Integrar las dimensiones económico-empresariales con las tecnológicas, sociopolíticas y geoestratégicas ofrece vías para trabajar con escenarios que combinen afrontar los problemas del momento con encarrilar de forma más sólida las perspectivas de futuro en un mundo que está cambiando con gran velocidad, profundidad e irreversibilidad.
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Pese a las complejidades de la situación actual, o especialmente por ellas, periódicamente es un recomendable ejercicio poner las “luces largas” y plantearse escenarios de futuro, a un largo plazo que será la herencia de dejaremos a las siguientes generaciones.
En 1930, en los momentos iniciales más duros y de mayor perplejidad de la Gran Depresión, John Maynard Keynes publicó un texto – y pronunció diversas conferencias, una de ellas en España – bajo el título “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”…que seríamos nosotros. Reconociendo el “desorden colosal” que se vivía y que parecía dejar pocas alternativas al pesimismo, esbozó motivos para un razonable optimismo a largo plazo basado en las aportaciones de las innovaciones tecnológicas y de las inversiones que las trasladarían a la economía productiva, señaló reformas necesarias para adecuar el entorno institucional y sociocultural a las nuevas realidades, y esbozó riesgos que hemos debido afrontar como los demográficos y las guerras.
En marzo de 2024 la directora del FMI, Kristalina Georgieva, ha elegido como tema para una intervención en el King’s College de Cambridge, donde fue profesor Keynes, afrontar el mismo desafío de realizar proyecciones acerca del futuro de los nietos de la actual generación. ¡Los nietos de la generación de Keynes lanzamos ahora proyecciones para los nuestros! Constata cómo algunas de las predicciones de Keynes se han cumplido, especialmente las referidas a mejoras en el volumen material de bienes y servicios a escala mundial, así como las expectativas de longevidad, pero como contrapunto otras han quedado lejos, como la que pronosticaba que las mejoras de productividad permitirían más calidad de vida con jornadas laborales de quince horas semanales. Y asimismo la directora del FMI reitera cómo las aplicaciones e implicaciones de las enormes innovaciones tecnológicas, ahora con el protagonismo de la inteligencia artificial, siguen -junto a las amenazas de guerras – en un listado de retos cruciales a los que se añaden las dimensiones climáticas.
Ciertamente se pueden trazar analogías entre las situaciones de diferentes épocas de dificultades con las actuales. En la década de los 1930 las respuestas proteccionistas a las dificultades económicas y la conformación de “esferas” o bloques en la economía mundial complicó la gestión de los temas. El intento de dar una respuesta coordinada a los problemas en la Conferencia de Londres, en 1933 – a la que el propio Keynes hizo llegar propuestas concretas, precedentes de las que en 1944 presentó en Bretton Woods - no tuvo éxito entre otras razones porque los principales países priorizaron sus preocupaciones “domésticas” por encima de las responsabilidades con el conjunto de la economía internacional. Falló pues lo que hoy denominamos la “gobernanza” supranacional en un momento clave. Además de las analogías con esa década, la presidenta del Banco Central Europeo ha realizado otras – Lagarde (2024) – entre “los años 20” del siglo XX y los actuales del siglo XXI mostrando asimismo algunas inquietantes similitudes. La más delicada, probablemente, sea que pese a los avances tecnológicos y su difusión importante en los 1920 – que condujo a que en algunas ocasiones se hablase inicialmente de “los felices 20” – al final de la década otros factores como las polarizaciones y tensiones sociopolíticas – dentro de los países y entre ellos – y las imprudencias en las políticas económicas acabaron condiciendo al crack de 1929…y lo que vino después. Es un recordatorio de que, como decía Keynes, la mejora tecnológica es la base de los posibles y deseables avances pero hay dimensiones sociopolíticas, geoestratégicas y de entorno de políticas que son asimismo decisivas para lograr consolidar – o no – el progreso.
En este texto revisaremos algunas de esas dimensiones que plantean nuevas exigencias para afrontar con más éxito que en las mencionadas décadas de los 1920 y 1930 los retos de fondo de nuestras economías y nuestras sociedades. Parafraseando la denominación del programa de modernización lanzado por la Unión Europea con la pandemia, trataremos de resumir la “Next Generation” de desafíos para el conjunto de la economía global que requieren respuestas por parte de cada uno de los actores que operan en ella. Ciertamente se trata de retos de alcance tanto porque presentan tensiones no fáciles de resolver entre ellos (aunque los economistas estamos acostumbrados a tratar con casos de trade-off) complicados por las contraposiciones entre un escenario geopolítico con pugnas recrudecidas por la hegemonía pero con evidencias, asimismo crecientes, de que la adecuada provisión de “bienes públicos globales” (en materias como salud global o medio ambiente, pero también de estabilidad financiera y seguridad informática) recomendaría mecanismos de gobernanza más eficientes. El riesgo de un nuevo fiasco como el de la mencionada conferencia de Londres de 1933 - y lo que vino después - gravita sobre todo ello.
En concreto, comentaremos en la sección siguiente aspectos relacionados con la evolución de la productividad, la tecnología y la innovación, justamente considerado el elemento de referencia central a largo plazo del progreso (¿hace falta volver a citar a Krugman acerca de que a largo plazo la productividad lo es “casi todo”?). A continuación haremos algunas consideraciones sobre las políticas industriales y tecnológicas que se han convertido en pieza central de las estrategias de posicionamiento competitivo y, entre las grandes potencias, de pugna por la hegemonía, en un contexto que a veces se califica de “neomercantilista”. Posteriormente revisaremos los problemas de las políticas fiscales, un ámbito en que, más allá de su tradicional papel como herramienta de estabilización económica, convergen presiones cada vez más amplias y diversas para recabar recursos: desde las políticas sociales (incluidas las derivadas del envejecimiento en muchas sociedades) a las tecnológicas, desde los nuevos requerimientos de defensa en escenarios conflictivos hasta las exigencias de medidas para afrontar las consecuencias del cambio climático. Adicionalmente se resumirán algunos aspectos sociopolíticos y geoestratégicos para terminar con unas consideraciones finales, más abiertas que unas eventuales conclusiones.
¿Qué nos jugamos en el acierto o fracaso en afrontar estas complejas situaciones? Un buen resumen inicial de los escenarios puede ser el planteado por Georgieva (2024 b) en su intervención inicial en las reuniones de primavera de 2024 del FMI y del Banco Mundial. Señalaba que hasta ahora, mayoritariamente, por el peso de las urgencias, de las “crisis en cascada” (expresión reiterada en la declaración final de la cumbre 2023 del G20) los analistas insisten en destacar su carácter de años turbulentos, en un mundo “propenso a crisis”. A veces nos domina el pesimismo de resignarse a unos años “tibios” en que se vayan instalando diversas vertientes de “malestar” social y político, con esferas nacionales y supranacionales, tratando de poner parches a los aspectos más lacerantes o urgentes. La alternativa sería asumir el reto de convertir esta década en “transformativa”, aprovechando las posibilidades de los avances tecnológicos para afrontar cuestiones de fondo de nuestras economías y nuestras sociedades. Si la propuesta de “poner luces largas” la llevamos al menos al final de esta década, la forma de responder a las delicadas cuestiones planteadas determinará, si la tercera década del siglo XXI, que se inició con la pandemia, habrá sido, cuando se haga la retrospectiva, “turbulenta, tibia o transformativa”.
El innegable papel crucial de los avances de productividad tiene su contrapunto, a la hora de poder intentar ser optimistas, en los datos acerca de su ralentización en los últimos tiempos. Mayoritariamente los análisis recientes – incluidos los que viene reiterando el FMI - muestran que en las últimas décadas los ritmos de avance se sitúan por debajo de etapas anteriores (en unos casos se señala la ralentización desde 1973, en otros la comparativa es la inflexión a la baja desde 2007). La expresión “productivity drag” señaliza la atribuida responsabilidad de ese frenazo a la lentitud de un crecimiento económico que en los últimos Informes de organismos como el propio FMI o el Banco Mundial se presentan como perceptiblemente inferiores a los promedios de las décadas anteriores., con previsiones calificadas de “anémicas”. Aunque también se discute acerca de si estamos midiendo esa decisiva variable que es la tasa de crecimiento de la productividad de forma correcta en este mundo de fulgurantes cambios científicos y tecnológicos, con observaciones, entre otras, referidas a si los cada vez más importantes “activos inmateriales” o “intangibles” están bien cuantificados en las estadísticas oficiales.
Frente a ese pesimismo, los defensores del “optimismo tecnológico” señalan que suele hacer falta una “masa crítica” de avances para que su amplia difusión por el tejido productivo se refleje en mejoras medidas de productividad – como habría sucedido por ejemplo con la primera revolución industrial - y anticipan que la eclosión de la Inteligencia Artificial podría estar acercándonos a ese punto de inflexión. Pero a las controversias se les unen otras más de fondo, entre ellas por una parte las divergencias entre países y áreas, con un reiterada insistencia en que en Europa los avances son perceptiblemente más lentos que en Estados Unidos o que en China, una preocupación que ha servido de base a las formulaciones del Informe Draghi (2024) acerca de las estrategias para que el Viejo Continente pueda recuperar posiciones competitivas. Pero asimismo se plantea la cuestión relativa a si la distribución de sus eventuales beneficios está siendo – y será en el futuro - suficientemente “inclusiva” o si por el contrario acentuará las desigualdades con efectos de agravar las ya importantes polarizaciones sociopolíticas. Para algunos los anteriores avances tecnológicos activaron esas asimetrías y polarizaciones, al tiempo que contribuían a deteriorar las posiciones de las “clases medias” en las economías occidentales, algo sociopolíticamente delicado (y que ya se habría dado en los 1920) y ahora se plantea si la Inteligencia Artificial puede acentuar esas peligrosas dinámicas o si, al amenazar con “sustituir” incluso tareas de cierta cualificación, puede ampliar el espectro de precarizaciones frente a una minoría reducida de élites. Buena parte de las controversias acerca de los impactos a corto y largo plazo de la Inteligencia Artificial plantean de forma inseparable esas dos cuestiones: las mejoras agregadas de eficiencia y su reparto entre los diferentes segmentos de la sociedad recordándonos el libro de Acemoglu y Johnson (2023) “Progreso y Poder” – con un expresivo subtítulo referido a las tensiones entre tecnología y prosperidad - cómo ese último aspecto depende de consideraciones sociopolíticas e institucionales que, como en época de Keynes, más que probablemente no se están adaptando al ritmo suficiente. En todo caso ¡hay mucho que hacer para trasladar las mejoras científico-técnicas de forma operativa hacia aumentos del bienestar económico y social!
Sea cual fuere el diagnóstico acerca de los problemas anteriores, las propuestas de solución, las mejoras “transformativas” suelen adoptar como eje central una apuesta más decidida por el fomento de la “investigación + desarrollo + innovación” (R+D+i), si bien, como dice la expresión anglosajona, “el diablo está en los detalles”. ¿Cómo combinar los estímulos a R+D+i en los sectores públicos y privados para que su eficiencia sea la máxima posible? ¿Cómo tratar de asegurar que esas mejoras se traducen en aplicaciones productivas prácticas, cómo se pasa de los “ecosistemas de innovaciones” a mejoras efectivas en productividad a escala de las empresas, con repercusiones en el bienestar de la ciudadanía? ¿Son más adecuadas políticas horizontales, transversales, o tienen sentido y eficacia medidas más targeted, más orientadas a sectores que en algún lugar se definan como estratégicos y/o con capacidad de arrastre sobre el conjunto de la economía? Algunas de estas cuestiones tienen mucho que ver con el reciente y creciente auge de las políticas industriales y tecnológicas que comentamos en el apartado siguiente.
Un aspecto reciente en el que insisten los analistas es el papel de las políticas industriales para “encauzar” los avances tecnológicos. Las principales potencias – con Estados Unidos y China al frente – están destinando volúmenes ingentes de recursos públicos a sectores industriales considerados esenciales o estratégicos, posiblemente más por consideraciones de rivalidad y pugna por la hegemonía que por otras consideraciones. Aquí en Europa lanzamos los fondos Next Generation con el doble objetivo de impulsar la recuperación postpandemia y modernizar una economía europea que perdía comba en la pugna entre los dos gigantes globales.
Estas formulaciones a menudo tienen “efectos colaterales” proteccionistas. Las enormes subvenciones que se destinan en China a promocionar algunos sectores considerados estratégicos, incluido el de vehículos eléctricos y sus componentes (especialmente las baterías) están en 2024 en el centro de las medidas de represalia adoptadas tanto por Estados Unidos como por la Unión Europea (apelando en este caso a resultados de documentados estudios acerca del volumen de subsidios recibidos). Las medidas adoptadas con especial potencia desde 2022 por Estados Unidos – como las subvenciones contenidas en la Inflation Reduction Act de ese año a fabricación de productos medioambientalmente sostenibles pero condicionadas a ser realizada la producción en Estados Unidos y/o a utilizar componentes de ese origen, o de países con acuerdos comerciales preferenciales – han llegado ya a los mecanismos de resolución de disputas de la Organización Mundial de Comercio (cuya efectividad está en entredicho). Los europeos argumentamos que algunas medidas como las del Carbon Adjustment Border Mechanism (CABM, en siglas inglesas, que impone gravámenes – que cuidadosamente no se denominan aranceles – a los productos fabricantes en el extranjero con tecnologías contaminantes que en la UE sería más caro implementar) tienen finalidades estrictamente medioambientales pero otros países las califican de proteccionismo. Cabe encontrar precedentes de estos renovados y reforzados planteamientos en las políticas mercantilistas de apoyo a las industrias nacionales ya practicadas por Francia y Gran Bretaña en los siglos XVII y XVIII – impulsadas por Colbert o Mun, entre otros – y que tenían asimismo finalidades de consolidar hegemonías. Asimismo cabe recordar que medidas similares se adoptaron en las década de los 1980 ante la recesión de los primeros años de esa década y la pérdida de posiciones competitivas de Estados Unidos, pero asimismo por las intenciones de Japón y de países europeos por adquirir posiciones de ventaja en sectores como la aeronáutica o la inicial robótica. Pero en la actualidad la escala de esas formulaciones “neomercantilistas” es realmente notable, convertidas en una “punta de lanza” de las pugnas geoestratégicas. No sorprenderá constatar el manifiesto fracaso de las tibias declaraciones en documento de la OMC/WTO para llevar al orden del día de las Conferencias Ministeriales de ese organismo unas ciertas “reglas” para enmarcar las políticas industriales.
Pero con ya tenemos experiencia suficiente para atender el reclamo del FMI claramente expuesto en el Fiscal Monitor de abril de 2024 (FMI, 2024 a) acerca de las condiciones para que sean realmente efectivas esas políticas industriales (y los muchos dineros públicos, de nuestros impuestos, que movilizan). Según ese análisis no sólo hay que elegir bien los sectores destinatarios – realmente capaces de proveer externalidades positivas al conjunto de la economía y de la sociedad – y, además, hay que minimizar los efectos negativos sobre otros países (es decir, destinarlos más a promoción que a protección frente a terceros o a ralentizar el ascenso de terceros) sino que asimismo, y esta es una novedad importante en la que el mismísimo FMI explicita lo que hasta ahora se escuchaba en críticas más “en privado”, hay que evitar que los fondos sean (sigan siendo) “capturados” por grupos de interés con capacidad política para influir sobre los procesos de tomas de decisiones. Experiencias lejanas y cercanas apuntan a que ese riesgo está realmente mucho más presente de lo que sería deseable en términos de eficiencia…y de un no-insultante (ab)uso de nuestros impuestos. Estas consideraciones suponen una aplicación importante de la “hipótesis de la captura”, formulada de forma sistemática por George Stigler, premio Nobel en 1982, como una de los riesgos de las intervenciones públicas presuntamente bien intencionadas que acaban viendo disipada su eficacia por ese mecanismo de “captura”.
El planteamiento tradicional de la Política Fiscal enraizaba con su papel en las formulaciones keynesianas como herramienta de estabilización económica, de modo que se recomendaba que fuese expansiva en épocas de contracción de la demanda (privada), incurriendo en déficits públicos financiados con endeudamiento, mientras que, como contrapartida, en fases de bonanza se obtendrían superávits en las cuentas públicas lo que permitiría ir reabsorbiendo los niveles de endeudamiento. Pero además de esta dimensión de las medidas fiscales como políticas macroeconómicas de estabilización estaba claro que los contenidos de las medidas de gasto e ingresos públicos se tenían que adecuar a las demandas sociales. Las infraestructuras lanzadas en Estados Unidos por la Administración Roosevelt ya en los años 1930 y la implementación progresivamente al alza de las políticas sociales que denominados “estado del bienestar”, sistematizadas por los Informes Beveridge al Parlamento británico en plena segunda guerra mundial, son paradigmáticas de estos contenidos, a los que debe añadirse, obviamente, el esfuerzo bélico ingente de la época.
Pronto se vio que esta esperada simetría no sería políticamente tan fácil, ya que era difícil revertir, incluso flexionar a la baja, los componentes de gasto…que tienen unos beneficiarios que rápidamente lo convierten en “derechos adquiridos”; adicionalmente la lista de “nievas demandas” que requieren recibir recursos públicos es asimismo creciente, flexible al alza pero rígida a la baja. Ya en 1958 el famoso manual de Musgrave y Peacock popularizó la interpretación de un muy anterior texto del economista alemán Adolph Wagner para establecer la “ley de Wagner” que explicitaría esa tendencia al alza, más allá del ciclo, de los compromisos de gasto. Una versión actualizada de estos planteamientos es la formulación por parte de Arslanalp y Eichengreen (2023) acerca de cómo los déficits públicos se estarían convirtiendo en “semi-permanentes” a la vista de las presiones al alza por la concatenación de shocks y las dificultades para reducirlos por las velocidad con que aparecen nuevas apelaciones a objetivos que reclaman recursos públicos. Como es tan habitual en economía, como en la vida, cada una de las motivaciones tiene razonables (unos más y otras menos) argumentos a su favor pero el resultado agregado adquiere una elevada magnitud…
Para no irnos (mucho) más allá de la actual década de los 2020s, es bien conocido el esfuerzo fiscal que requirió la pandemia, especialmente considerando que se quiso marcar diferencias respecto a las respuestas consideradas como “tibias” a la crisis financiera de 2008 y sus secuelas. Podría parecer que se trataba de un fenómeno claramente transitorio cuya reversión sería fácil de explicar y de entender pero los años posteriores han sido prolijos en nuevos requerimientos: desde los “cuellos de botella” que dejaron en delicada situación a muchas empresas y sectores en la postpandemia, a los problemas de inflación – con especial incidencia sobre colectivos vulnerables, más afectados por las elevaciones de precios de los alimentos y la energía – a otras consecuencias de los conflictos bélicos y de las fricciones geoestratégicas. Las elevaciones de tipos de interés aumentaron el coste financiero de la elevada deuda acumulada en las décadas anteriores (y que se consideró de “bajo coste del servicio de la deuda” en la etapa en que los tipos se mantuvieron en mínimos históricos), las propias tensiones bélicas o prebélicas han activado las medidas para aumentar el gasto militar (“en defensa”). Las pugnas geoestratégicas han convertido en cruciales a las políticas industriales y tecnológicas: los datos de Estados Unidos y China son claros al respecto, mientras que los demás países que no quieren perder (demasiadas) posiciones se ven impelidas a seguir el mismo camino.
En paralelo otros factores más estructurales añaden demandas de recursos: desde los problemas demográficos, con envejecimiento en muchas sociedades avanzadas (pero asimismo en China) y los subsiguientes aumentos de costes (que no son transitorios) en partidas como pensiones y en gastos sanitarios (que tienden a crecer más que proporcionalmente con la edad promedio de la población); adicionalmente las preocupaciones por el cambio climático llevan a postular políticas que exigen recursos. Cabría mencionar, como hacen los Informes oficiales, que a escala global la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible supondría también, en la medida en que se implementen, mayores demandas de gasto público. Se suceden en los análisis las estimaciones de las presiones adicionales sobre los recursos públicos a medio plazo…al tiempo que se esbozan las dudas las dudas acerca de la capacidad para “llegar a todo” con la inmediata implicación de una “nueva generación” de trade-off complejos. Dado que en Europa es donde más han avanzado los compromisos públicos en muchas de esas dimensiones, es aquí donde se convierte en más esencial afrontar con eficacia esa nueva generación de difíciles opciones, como recuerda el Informe Regional sobre Europa del FMI (2024 d).
Se trata de cuestiones económica y políticamente delicadas. Llama la atención cómo en los documentos de referencia publicados en otoño de 2024 del FMI se expliciten referencias al sesgo al alza de las declaraciones acerca del “tono” de las políticas fiscales respecto a la necesidad/conveniencia de asumir más protagonismo, incluso en algunos países por parte del espectro político tradicionalmente menos favorable. Fiscal Monitor (FMI, 2024 b) resume los datos y los argumentos para tomar más en serio la recuperación de márgenes de maniobra de las políticas fiscales ante eventuales futuros shocks que sería insensato menospreciar. Asimismo se incluyen análisis acerca de las medidas que podrían hacer más asumibles ante las opiniones públicas las famosas medidas de “reformas estructurales” que se plantean como la teórica eficiente alternativa a la simple opción de “volcar más recursos públicos” ante temas (FMI, 2024 c ) que incluyen desde normativas laborales (protección de situaciones de desempleo), pensiones, regulaciones de precios, temas migratorios, etc. Todo ello complementando la preocupación por la dinámica alcista del endeudamiento público y las dudas acerca de su sostenibilidad, con las dimensiones de equidad intergeneracional con un creciente protagonismo.
Asimismo con referencia a Europa, el Informe Draghi (2024) incluye algunos casos en que es preciso “poner luces largas”. Uno de ellos es la necesidad de mejorar el encaje entre políticas medioambientales y políticas industriales: ambas requieren recursos públicos pero su efectividad depende de su coordinación. Ya en 2023 la UE incorporó la “dimensión industrial” del previo (2019) European Green Deal. Y otra referencia es la discusión en el citado Informe de un tradicional problema europeo: cómo lastra la competitividad un precio de la energía perceptible superior al de otros países, incluidos los que marcan la pauta de la competencia a escala global, por lo que es especialmente necesario un planteamiento pragmático y realista para superar ese obstáculo. Y recordar que a menudo cuando se plantean delicados trade off la “escapatoria” que permitiría superarlos (por ejemplo, tener más recursos para políticas sociales y asimismo para las medioambientales y las industriales) serían las mejoras de productividad, que “lubrifican” las tensiones, pero ello requiere, como ya se ha comentado con anterioridad, estrategias ambiciosas de políticas de R+D+i, “a prueba de capturas”, y con capacidad para llegar de forma concreta y operativa al conjunto del ecosistema empresarial, incluido el a menudo preterido segmento crucial de la mediana y pequeña empresa.
Como en la década de los 1930, en la actualidad tiene un papel central la eventual fragmentación de una economía mundial sujeta a fricciones geopolíticas que otros altos funcionarios del FMI no dudan en denominar una “nueva guerra fría”, continuación en cierta medida de las respuestas proteccionistas que se dieron a la Gran Depresión (y que, cabe recordar, en un primer momento el propio Keynes apoyó moderadamente, aunque tardó poco en rectificar a la vista del desastre). No sorprenderá que desde el FMI se mantenga la defensa de un sistema comercial y financiero multilateral abierto, con vías de cooperación ante problemas compartidos incluso entre rivales geopolíticos como los relativos a medio ambiente y amenazas, en absoluto conjuradas, a la salud global. El dato de que los costes de continuar avanzando en fragmentaciones podrían suponer un perjuicio. Según algunas estimaciones, para la economía mundial del orden del PIB conjunto de Alemania más Francia ahí queda. Curiosamente el listado de razones elaborado por los economistas para explicar las ganancias del comercio internacional ahora se está utilizado, en sentido opuesto, para evaluar los costes que podrían estar teniendo las fragmentaciones, las restricciones o limitaciones a ese comercio internacional.
Incluso la expresión “nueva guerra fría” ha sido explícitamente utilizada en intervenciones y documentos recientes en que han participado tanto la principal directora general adjunta del FMI, Gita Gopinath, como el economista-jefe, Pierre Gourinchas. Plantean comparaciones entre las asimetrías entre los años 1950-1980 en el comercio entre bloques (Oeste-Este) en comparación con el comercio dentro de cada bloque, con lo que estaría sucediendo especialmente tras la invasión de Ucrania entre el G7 y los BRICS (aunque el criterio habitual para definir los bloques se vincula al voto en Naciones Unidas acerca de sanciones a Rusia y similares). La Organización Mundial de Comercio ofrece la alternativa de la esperanza de “reglobalización” pero en sus informes recientes constata asimismo esa dualidad: la “brecha” abierta entre el comercio “intra-bloques” y el comercio “entre-bloques”, y supondría, como en los años 1930, un riesgo añadido a la performance de la economía mundial.
Pero aunque los planteamientos de los organismos internacionales insisten en la necesidad de mantener abiertas vías de cooperación y coordinación internacionales, la cruda realidad evidencia la dificultad de ese empeño en un mundo en el que las fricciones geopolíticas y la pugna por la hegemonía sobrevuelan de forma abrumadora prácticamente toda la agenda de temáticas abiertas. Las formulaciones más pragmáticas apelan al papel de una categoría de “bienes públicos globales”, ampliada con la estabilidad financiera global tras la crisis de 2008 y reforzada con la incorporación de los temas de salud global (“los virus no piden permiso para cruzar fronteras” sería en lenguaje directo el argumento) y el reforzamiento de las preocupaciones de la opinión pública ante los afectos del cambio climático y la degradación medioambiental (tampoco “piden permiso” para cruzar fronteras las emisiones de gases de efecto invernadero o las toxicidades derivadas de accidentes… incluso los nucleares). Los planteamientos optimistas - ¿o pragmáticos? – plantean la racionalidad de “limitar el alcance de los desacuerdos” en las pugnas geopolíticas, acotando espacios de consenso para afrontar la gestión de los indivisibles “bienes públicos globales”. Incluso los más optimistas recuerdan cómo la Historia ha (de)mostrado la importancia de evitar las “políticas de empobrecer al vecino”, de las que tuvimos en la década de los 1930 la experiencia de la “guerra de devaluaciones competitivas” que contribuyó, junto a la escalada proteccionista, al colapso del comercio internacional en esa década y a enrarecer aún más el clima que acabó conduciendo a la segunda guerra mundial. ¿Sería viable limitar el alcance de esas políticas “beggar the neighbour”? Podemos vislumbrar las serias dificultades al respecto si consideramos lo que podrían ser casos actuales, como los paraísos fiscales-financieros (“jurisdicciones no-cooperativas” en la jerga políticamente correcta) y las dificultades para implementar los acuerdos de principio BEPS (Base Erosion and Profit Shiftin) elaborados en el marco de la OCDE y teóricamente respaldados por el G7 y el G20. O algo similar podría argumentarse acerca de los ciberataques, con las sospechas acerca de sus orígenes y beneficiarios. Propuestas como las de Stiglitz y Rodrik (2024) incorporan elementos delicados, entre ellos la no-injerencia en los sistemas sociopolíticos de cada una de las potencias, lo que plantea debates que van más allá de los aspectos económicos.
Keynes en 1930 expresó su prudente optimismo, pese al “desorden colosal” de esa década, basado en la fuerza de los avances tecnológicos pero asimismo apelando a la necesidad de cambios en actitudes socioculturales y en los valores. Y mencionó como riesgos factores como las guerras o cambios demográficos de difícil gestión. Menos de una década después de su texto en ese año había estallado la segunda guerra mundial. Y los impactos económicos del “baby boom” en Occidente posterior a ese conflicto han durado décadas…pero ahora dan paso a sociedades más envejecidas…al tiempo que las tensiones militares vuelven a asomarse. Por su parte la directora del FMI plantea en 2024 para las siguientes generaciones la dualidad entre un escenario pesimista, que define como crecer “simplemente” en la proporción en que lo hizo la economía mundial entre 1820 y 1920, y un escenario optimista que extrapole los ritmos de crecimiento desde 1920 hasta 2020, pese a todas las inclemencias de crisis y guerras. Y si bien reconoce que alcanzar este último requiere, pese a la ralentización en la dinámica de la productividad observada en las últimas décadas, un mejor aprovechamiento de las innovaciones científicas y tecnológicas y una más equitativa distribución de sus potenciales enormes beneficios, se trataría de un objetivo técnicamente alcanzable pero sociopolíticamente complejo de gestionar, lo que requeriría recuperar unos mínimos consensos – a escala interna de los países y entre los países, cabría añadir – que parecen difíciles de articular en un mundo que va en sentido opuesto a las polarizaciones tan de actualidad. Nuestra generación se enfrenta de nuevos a retos de alcance, a una “nueva generación” de retos, algunas versiones actualizadas de problemas ya conocidos en la Historia, otros más novedosos, que reclaman clarificación en los planteamientos incluidos los delicados trade-off que suponen como paso previo a buscar alternativas constructivas para afrontarlos. Desde la Economía debemos aportar soluciones en la línea tradicional de “juegos de suma positiva” - ¡la ventaja comparativa de los economistas! – por (omni)potentes que parezcan ser en la realpolitik los enfoques de contraposiciones, de “juegos de suma cero” con que a menudo aparecen en la esfera geopolítica todas las cuestiones.
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Published on 02/03/25
Submitted on 05/11/24
Volume L’economia catalana dins el nou marc geoestratègic global, 2025
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