Sexting is among the practices used by young people to explore their sexuality. Although an educational response to all facets of this phenomenon is recommended, little research has been published to date in Spain that analyses its prevalence by differentiating between the different types of sexting behaviours: sending, receiving, third-party forwarding, and receiving via an intermediary. This gap in the research is addressed by exploring: 1) Sexting prevalence, differentiating between behaviours; 2) Relationships between sexting behaviours and gender, age, sexual orientation, having a romantic/sexual partner, social networking sites used, and the degree of normalisation and willingness to sext; 3) Gender-based differences. In total, 3,314 adolescents aged 12 to 16 years participated in the study. The most frequent sexting behaviours were identified as receiving and receiving via an intermediary, followed by third-party forwarding and the sending of sexual content. The relative importance of each analysed variable depended on the specific sexting behaviour and the participants’ gender. The results highlight the need to analyse the diversity behind sexting behaviours and to address each one in an educational setting. This more detailed look at the different behaviours can be used as the basis for raising awareness and decision-making in education.
Palabras clave
Sexting, adolescencia, prevalencia, normalización, predisposición, redes sociales, género, educación
Keywords
Sexting, adolescence, prevalence, normalisation, willingness, social networking sites, gender, education
El sexting (intercambio de contenido sexual autoproducido a través de medios electrónicos) es un comportamiento más mediante el que los adolescentes pueden expresar y explorar su sexualidad. Suele tener resultados positivos, pero también puede llegar a tener repercusiones negativas (Englander, 2019) que plantean nuevos desafíos para las familias y los profesionales de la educación (McEachern et al., 2012). Los riesgos pueden aumentar debido a la presión de iguales para participar en sexting, la difusión sin consentimiento de este tipo de mensajes y la presencia de riesgos asociados, como el acoso escolar y el ciberacoso (Medrano et al., 2018). Por ello, se recomienda responder educativamente a la multitud de formas en las que se puede expresar este fenómeno.
El reenvío de contenido sexual a terceras personas es un comportamiento que debe claramente evitarse y es necesario enseñar estrategias para abordarlo (Van-Ouytsel et al., 2014). Sin embargo, también necesitamos saber cómo actuar cuando se recibe este tipo de contenido (Mitchell et al., 2012) y cómo enviar contenido sexual de forma segura (Wurtele & Miller-Perrin, 2014). Actualmente, en España se han publicado pocos estudios que analicen la prevalencia de sexting diferenciando los distintos tipos de comportamientos.
La mayoría de los estudios se centran en una sola conducta, como el envío (Gámez-Guadix et al., 2017) o la recepción (Garmendia et al., 2016). Sin embargo, los distintos comportamientos de sexting pueden tener consecuencias diferentes para los involucrados y deben abordarse desde la educación. Para ello, es importante aclarar la diversidad que subyace a los comportamientos de sexting, yendo más allá del envío y la recepción, incluyendo también el reenvío de contenido sexual recibido personalmente y la posterior transmisión de estos mensajes de sexting de terceras personas.
Una primera conceptualización amplia de los comportamientos de sexting incluye la diferenciación entre el sexting activo (envío o reenvío) y el sexting pasivo (recepción directa del creador o recepción de reenvíos de terceras personas) (Barrense-Dias et al., 2017). También se puede distinguir entre el sexting primario (envío y recepción), en el que el contenido sexual se intercambia normalmente de forma consensuada entre iguales y no se envía a nadie más (excepto por presión de grupo, sextorsión...), y el sexting secundario (reenvío y recepción de reenvíos), en el que alguien comparte el contenido sexual más allá del destinatario previsto, a menudo de forma no consensuada (Schmitz & Siry, 2011).
En este contexto, encontramos definiciones más restrictivas que limitan el sexting al envío de imágenes sexualmente explícitas (Marume et al., 2018), así como definiciones más amplias que lo describen como el envío, la recepción y el reenvío de imágenes, vídeos o mensajes de texto sexualmente sugerentes o explícitos (Mitchell et al., 2012; Villacampa, 2017). Sin embargo, los estudios que adoptan una definición amplia a veces no logran diferenciar entre los distintos comportamientos que se incluyen (Beckmeyer et al., 2019; West et al., 2014). Por ello, en el presente estudio, el sexting se define como el envío, la recepción y el reenvío de imágenes, vídeos o mensajes de texto sexualmente sugestivos o explícitos a través de Internet y medios electrónicos, y cada comportamiento de sexting se analiza de manera independiente.
Las tasas de prevalencia de sexting entre adolescentes varían en función de los criterios utilizados para definirlo, la edad de los participantes, el intervalo de tiempo y el instrumento de medida, entre otros (Barrense-Dias et al., 2017). En un meta-análisis reciente, en el que se examinaron estudios de Estados Unidos, Europa, Australia, Canadá, Sudáfrica y Corea del Sur, la prevalencia media de envío de contenido sexual fue del 14,8%; la recepción del 27,4%; el reenvío de contenido sexual sin consentimiento del 12,0%; y la recepción de mensajes sexuales reenviados del 8,4% (Madigan et al., 2018). Sin embargo, no se han considerado estudios españoles en esta revisión.
En concreto, en España, pocos artículos han analizado la prevalencia de sexting, diferenciando entre sus comportamientos específicos. Villacampa (2017) encontró que el 7,9% de 489 jóvenes de entre 14 y 18 años habían producido contenido de este tipo, mientras que Gámez-Guadix et al. (2017) encontraron que la prevalencia de envío de sexting en 3.223 jóvenes de entre 12 y 17 años era del 13,5%. Además, Garmendia et al. (2016) observaron un aumento considerable en la recepción de contenido sexual, mientras que Villacampa (2017) señaló que la tasa de reenvío de imágenes o vídeos sexuales a terceros era del 8,2%.
Estudios internacionales han señalado una considerable variabilidad en la prevalencia de sexting en función de las características sociodemográficas (Olivari & Confalonieri, 2017). El meta-análisis mencionado anteriormente constató que las tasas de participación en sexting aumentan con la edad (Madigan et al., 2018). También se produce con mayor frecuencia entre parejas sexuales y/o románticas deseadas o reales (Beckmeyer et al., 2019; Wood et al., 2015). Aunque aún existen escasos estudios que analicen la prevalencia de este fenómeno en función de la orientación sexual, parecen existir diferencias significativas. Los adolescentes no heterosexuales parecen estar más involucrados en el envío y recepción de contenido sexual que quienes se identifican como heterosexuales, pero no sucede así en los comportamientos sin consentimiento (Van-Ouytsel et al., 2019). Con respecto al género, se han encontrado diversidad de resultados.
Algunos estudios han determinado que es más probable que las chicas envíen imágenes sexuales que los chicos (Ybarra & Mitchell, 2014) o, en cambio, que los chicos participan en mayor medida en el envío, la recepción y el reenvío a terceros (Strassberg et al., 2017). Sin embargo, otros estudios no han encontrado diferencias de género en las tasas de envío y recepción de mensajes o imágenes sexuales (Beckmeyer et al., 2019; Campbell & Park, 2014). Concretamente, en España, se han identificado pocos estudios que analicen diferentes comportamientos de sexting en función de estas variables sociodemográficas. Garmendia et al. (2016) encontraron que la recepción de sexting aumenta con la edad. Asimismo, en el estudio desarrollado por Gámez-Guadix et al. (2017), los chicos enviaron más mensajes de texto sexuales que las chicas, pero no se encontraron diferencias significativas en el envío de imágenes/vídeos. Además, el envío de este tipo de contenido fue significativamente más probable entre adolescentes no heterosexuales (Gámez-Guadix et al., 2017).
A pesar de las diferencias en la prevalencia de sexting, los estudios muestran porcentajes de implicación considerables e, incluso, algunos de ellos afirman que se está conformando como un comportamiento común en las interacciones en línea durante la adolescencia (Gámez-Guadix et al., 2017). Sin embargo, si bien es cierto que el intercambio y la visualización de contenido sexual está cada vez más normalizado entre adolescentes y jóvenes, es decir, perciben el sexting como una conducta estándar generalizada (Stanley et al., 2018), no se puede considerar como una práctica normativa, que la mayoría de ellos realiza (Van-Ouytsel et al., 2015). En general, los propios adolescentes consideran que los mensajes de su entorno (es decir, los que provienen de sus amistades y los medios de comunicación) influyen en su predisposición a participar en sexting al dar a entender que es una práctica normal (Davidson, 2015). No obstante, la mayoría, independientemente de su género o edad, no participa en este fenómeno, por lo que no se puede considerar como una práctica normativa del coqueteo y las relaciones entre adolescentes (Wood et al., 2015).
A pesar de la preocupación existente por prevenir las consecuencias negativas de sexting, hasta la fecha se han publicado pocas investigaciones en España que analicen la prevalencia de este fenómeno diferenciando los distintos comportamientos. Además, el sexting está estrechamente ligado a las normas sociales, por lo que es importante abordar tanto su normalización como las diferencias de género (Symons et al., 2018; Wood et al., 2015). Esto nos permitiría comprender mejor su complejidad y analizar eficazmente este fenómeno, sentando así las bases de las estrategias educativas. Por ello, este estudio exploratorio pretende: 1) Analizar la prevalencia de sexting, diferenciando entre los cuatro comportamientos: envío, recepción, reenvío y recepción de reenvíos; 2) Identificar si el género, la edad, la orientación sexual, tener pareja romántica/sexual, las redes sociales utilizadas, el grado de normalización de sexting y la predisposición a participar en él predicen cada comportamiento de sexting; 3) Explorar las diferencias de género.
La muestra está constituida por 3.314 adolescentes (48,6% chicas) de entre 12 y 16 años (Medad=13,63, DTedad=1,23) procedentes de 15 centros de educación secundaria del sur de España: provincias de Sevilla, Huelva y Córdoba en la Comunidad de Andalucía (Tabla 1).
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Se utilizaron cuatro preguntas directas sobre los comportamientos de sexting para evaluar la implicación: envío («He enviado vídeos, imágenes o mensajes de carácter erótico-sexual a mi chico/a»); recepción («He recibido vídeos, imágenes o mensajes de carácter erótico-sexual de mi chico/a»); reenvío («He reenviado o compartido vídeos, imágenes o mensajes de carácter erótico-sexual de otros chicos/as»); y recepción de reenvíos («Me han reenviado vídeos, imágenes o mensajes de carácter erótico-sexual de otros/as chicos/as»). Las dos primeras preguntas se refieren a contenido sexual autoproducido, mientras que las dos últimas se refieren a contenido sexual de otros adolescentes. Las opciones de respuestas miden el grado de frecuencia: 0=Nunca; 1=Rara vez; 2=Ocasionalmente (varias veces/mes); 3=A menudo (varias veces/semana); y 4=Frecuentemente (diariamente). Se dicotomizaron todas las variables (0=nunca se ha implicado; 1=implicado).
También se utilizaron dos dimensiones del Cuestionario de Normalización de Sexting (NSQ) (Casas et al., 2019) para evaluar la normalización de esta práctica y la predisposición a participar en ella. Concretamente, la dimensión de normalización comprende cinco ítems sobre la percepción del sexting como una práctica normal y habitual entre iguales (por ejemplo, «Enviar vídeos, imágenes o mensajes de carácter erótico-sexual es normal, no pasa nada») (α=,60). La predisposición para practicar sexting se midió utilizando seis ítems que indican una tendencia a realizar tales comportamientos (por ejemplo, «Enviaría mensajes o fotos/vídeos de carácter erótico-sexual para divertirme con mi chico/a») (α=,84). Ambas dimensiones miden el grado de acuerdo: 0=nada de acuerdo a 4=muy de acuerdo. Se obtuvieron dos variables con el promedio de cada dimensión. A los participantes se les pidió que indicaran las redes sociales que utilizaban: WhatsApp, Instagram, Twitter, Facebook, Snapchat, Telegram o Tinder. Cada variable fue dicotomizada. Telegram y Tinder fueron eliminados debido a su bajo uso. En cuanto a la orientación sexual, los participantes tenían que seleccionar la opción que más coincidía con cómo se sentían en las relaciones erótico-afectivas (heterosexual, homosexual, bisexual, asexual). Debido a la prevalencia relativamente baja de algunas categorías de orientación sexual, la variable fue dicotomizada. Por último, se añadió un ítem dicotómico para evaluar si habían tenido pareja romántica/sexual («¿Tienes/has tenido pareja en los últimos 3 meses?»).
Este estudio fue aprobado por el Comité Coordinador de Ética de la Investigación Biomédica de Andalucía (0568-N-14), que sigue las directrices de Buenas Prácticas Clínicas establecidas por la Conferencia Internacional de Armonización. El estudio adoptó un diseño transversal, prospectivo y unificado ex post facto (Montero & León, 2007) y se realizó un muestreo incidental. Se contactó por correo electrónico con los equipos directivos de los centros educativos para que participaran en un estudio amplio sobre el uso de las redes sociales y sus posibles riesgos asociados. Se incluyeron los centros educativos que manifestaron su interés. El consentimiento informado de las familias se obtuvo mediante la aceptación por parte del respectivo Consejo Escolar de la participación en el proyecto. Una vez obtenidos los permisos, se recogieron los datos. Los cuestionarios en lápiz y papel fueron administrados durante el horario de clase por investigadores o profesorado que había recibido formación previa para ello. Durante la administración de los instrumentos se enfatizó a los participantes el carácter anónimo y voluntario del estudio, el tratamiento confidencial de los datos y la importancia de responder con sinceridad a las respuestas.
Los datos fueron analizados usando SPSS 25.0. Se realizaron análisis descriptivos básicos, incluyendo alfas de Cronbach y frecuencias. Se utilizaron regresiones logísticas binarias para analizar las asociaciones entre el género, la edad, la orientación sexual, tener pareja romántica/sexual, las redes sociales utilizadas, la normalización de sexting y la predisposición a participar en él como variables independientes, y los cuatro comportamientos de sexting como variables dependientes. Se consideró R2 de Nagelkerke como medida del tamaño del efecto. Todas las variables se introdujeron en el modelo simultáneamente. El análisis también fue estratificado por género.
Los comportamientos de sexting más frecuentes son la recepción (21,2%) y la recepción de reenvíos (28,4%), seguidos por el reenvío de contenido sexual a terceras personas (9,3%) y, por último, el envío (8,1%). La Tabla 2 muestra los estadísticos descriptivos.
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Los modelos de regresión fueron significativos. La R2 de Nagelkerke fue de ,42 para el modelo de «envío», ,29 para el modelo de «recepción», ,23 para el modelo de «reenvío» y ,17 para el modelo de «recepción de reenvíos» (Tabla 3: https://doi.org/10.6084/m9.figshare.12017964.v1).
En el modelo de «envío», la predisposición a participar en sexting (OR: 8,26; intervalo de confianza [IC] 95%: 5,36-12,75), tener pareja romántica/sexual (OR: 3,44; IC 95%: 2,25-5,25), utilizar Snapchat (OR: 1,87; IC 95%: 1,19-2,93), la orientación sexual (OR: 1,77; IC 95%: 1,04-3,00) y la edad (OR: 1,36; IC 95%: 1,14-1,63) se relacionan significativamente con la participación en el envío.
En el modelo de «recepción», tener pareja romántica/sexual (OR: 3,27; IC 95%: 2,51-4,28), la predisposición a participar en sexting (OR: 2,79; IC 95%: 2,01-3,89), utilizar Instagram (OR: 1,89; IC 95%: 1,16-3,10), el género (OR: 1,82; IC 95%: 1,37-2,41), utilizar Snapchat (OR: 1,61; IC 95%: 1,21-2,14), la normalización de sexting (OR: 1,49; IC 95%: 1,20-1,86) y la edad (OR: 1,26; IC 95%: 1,12-1,41) se relacionan significativamente con la recepción de sexting.
En el modelo de «reenvío», utilizar Instagram (OR: 2,74; IC 95%: 1,16-6,51), la predisposición a participar en sexting (OR: 2,00; IC 95%: 1,48-2,72), el género (OR: 1,96; IC 95%: 1,32-2,91), tener pareja romántica/sexual (OR: 1. 86; IC 95%: 1,29-2,68), utilizar Facebook (OR: 1,53; IC 95%: 1,03-2,26), la normalización de sexting (OR: 1,43; IC 95%: 1,09-1,87) y la edad (OR: 1,43; IC 95%: 1,22-1,66) se relacionan significativamente con la participación en el reenvío.
En el modelo de «recepción de reenvíos», utilizar Instagram (OR: 2,16; IC 95%: 1,47-3,19), la normalización de sexting (OR: 1,84; IC 95%: 1,52-2,24), tener pareja romántica/sexual (OR: 1,71; IC 95%: 1,35-2,17), el género (OR: 1,41; IC 95%: 1,11-1,80) y la edad (OR: 1.36; IC 95%: 1,23-1,49) se relacionan significativamente con la recepción de reenvíos de contenido sexual.
Los modelos de regresión fueron significativos. La R2 de Nagelkerke fue de ,50 para las chicas y ,41 para los chicos en el modelo de «envío»; ,31 para las chicas y ,29 para los chicos para el modelo de «recepción»; ,18 para las chicas y ,24 para los chicos para el modelo de «reenvío»; y ,14 para las chicas y ,22 para los chicos para el modelo de «recepción de reenvíos» (Tabla 4: https://doi.org/10.6084/m9.figshare.12017964.v1).
En el modelo de «envío», para las chicas, la predisposición a participar en sexting (OR: 30,44; IC 95%: 11,93-77,68), tener pareja romántica/sexual (OR: 4,54; IC 95%: 2,27-9,09) y la edad (OR: 1,60; IC 95%: 1,17-2,20) se relacionan significativamente con el envío. En el caso de los chicos, se relacionan la predisposición a participar en sexting (OR: 6,05; IC 95%: 3,68-9,94), tener pareja romántica/sexual (OR: 2,79; IC 95%: 1,59-4,88) y usar Snapchat (OR: 2,38; IC 95%: 1,32-4,29).
En el modelo de «recepción», para las chicas, la predisposición a participar en sexting (OR: 5,11; IC 95%: 2,57-10,16), usar Instagram (OR: 4,34; IC 95%: 1,43-13,14), tener pareja romántica/sexual (OR: 3,77; IC 95%: 2,49-5,72), la normalización de sexting (OR: 1,62; IC 95%: 1,13-2,33) y la edad (OR: 1,42; IC 95%: 1,17-1,72) se relacionan significativamente con la recepción. Para los chicos, se relacionan tener pareja romántica/sexual (OR: 2,97; IC 95%: 2,08-4,25), la predisposición a participar en sexting (OR: 2,32; IC 95%: 1,58-3,41), utilizar Snapchat (OR: 2,03; IC 95%: 1,38-2,91), la normalización de sexting (OR: 1,40; IC 95%: 1,06-1,86) y la edad (OR: 1,20; IC 95%: 1,04-1,38).
En el modelo de «reenvío», para las chicas, la predisposición a participar en sexting (OR: 1,98; IC 95%: 1,14-3,44), usar Facebook (OR: 1,98; IC 95%: 1,01-3,91), tener pareja romántica/sexual (OR: 1. 91; IC 95%: 1.02-3.55), la normalización de sexting (OR: 1.74; IC 95%: 1.06-2.86) y la edad (OR: 1.38; IC 95%: 1.03-1.84) se relacionan significativamente con el reenvío. Para los chicos, se relacionan utilizar Instagram (OR: 3,08; IC 95%: 1,07-8,88), la predisposición a participar en sexting (OR: 2,08; IC 95%: 1,42-3,03), tener pareja romántica/sexual (OR: 1,79; IC 95%: 1,13-2,83) y la edad (OR: 1,42; IC 95%: 1,18-1,71).
En el modelo de «recepción de reenvíos», en el caso de las chicas, usar Instagram (OR: 2,63; IC 95%: 1,39-4,95), la normalización de sexting (OR: 1,53; IC 95%: 1,14-2,07), tener pareja romántica/sexual (OR: 1,50; IC 95%: 1,06-2,12) y la edad (OR: 1,42; IC 95%: 1,21-1,65) se relacionan significativamente con la recepción de reenvíos. Para los chicos, se relacionan la normalización de sexting (OR: 2,17; IC 95%: 1,66-2,83), utilizar Instagram (OR: 1,88; IC 95%: 1,15-3,09), tener pareja romántica/sexual (OR: 1,86; IC 95%: 1,32-2,60), utilizar Snapchat (OR: 1,57; IC 95%: 1,11-2,24) y la edad (OR: 1,33; IC 95%: 1,17-1,52).
Este estudio supone un avance en el conocimiento del sexting al analizar su prevalencia no solo como el envío y la recepción sino también como el reenvío a terceras personas y la recepción de contenido sexual reenviado. De acuerdo con investigaciones anteriores (Barrense-Dias et al., 2017), los comportamientos de sexting que se refieren a actitudes pasivas (recibir y recibir reenvios) son más frecuentes que las formas activas (envío y reenvío). Concretamente, más de 2 de cada 25 adolescentes envían o reenvían contenido sexual, mientras que más de 1 de cada 5 lo recibe directamente del creador y más de 1 de cada 4 adolescentes lo recibe a través de un intermediario. Si bien en este estudio las tasas de prevalencia de envío, recepción y reenvío son ligeramente inferiores a la media encontrada en el meta-análisis realizado por Madigan et al. (2018), la tasa de recepción de mensajes reenviados es muy superior. Además, los comportamientos de sexting normalmente no consensuados son más frecuentes que los comportamientos de sexting normalmente consensuados. Esto coincide con el estudio desarrollado por Villacampa (2017) en el que se encontró que el reenvío de contenido sexual es más frecuente que su producción. Por lo tanto, estos resultados enfatizan la necesidad de que los esfuerzos educativos se enfoquen más en el fomento del respeto a la privacidad, el consentimiento y la promoción de la ética sexual (Dobson & Ringrose, 2016; Wurtele & Miller-Perrin, 2014). Los programas educativos deben tratar de desarrollar habilidades para mantener relaciones íntimas éticas, como prevenir la presión en una relación sexual-afectiva; fomentar la reflexión sobre la importancia del consentimiento real y el respeto a la pareja; y mantener una actitud crítica hacia el intercambio de contenido sexual sin consentimiento (Albury et al., 2017).
La importancia relativa de cada una de las variables analizadas dependió del comportamiento específico de sexting y del género de los participantes. Aunque los chicos participan más que las chicas en todos los comportamientos de sexting, el envío es el único comportamiento que no se predice por el género. Estos resultados coinciden con los estudios que afirman no encontrar diferencias de género en el envío de sexting (Beckmeyer et al., 2019; Campbell & Park, 2014). Desde esta perspectiva, Symons et al. (2018) destacan que, aunque las chicas puedan percibirse a sí mismas como menos propensas a enviar contenido sexual que los chicos, parece que, de manera general, envían contenido de este tipo de manera similar. Esto denota el conflicto existente entre las expectativas que las chicas tienen con respecto a sí mismas y su comportamiento real. No obstante, sí existen diferencias de género en la implicación en el resto de comportamientos (Madigan et al., 2018). Tanto para chicos como para chicas, el sexting es una invitación para participar en actividades sexuales (Wurtele & Miller-Perrin, 2014), pero en general los chicos tienen actitudes más favorables hacia el sexting que las chicas (Gewirtz-Meydan et al., 2018). En este sentido, los resultados apoyan los estudios que sugieren que las chicas están más involucradas como víctimas en sexting, sufriendo las consecuencias negativas de este fenómeno (Dobson & Ringrose, 2016; Symons et al., 2018). Esto puede deberse a la mayor probabilidad existente de que los chicos participen en el sexting de formas que son más arriesgadas para su pareja que para ellos mismos, es decir, recibiendo y reenviando contenido sexual a terceras personas. Este hecho respalda trabajos anteriores que sostienen que el sexting no es una actividad de género neutral (Wood et al., 2015). Por ello, los esfuerzos educativos deberían centrarse también en promover la igualdad de género y las relaciones saludables (Dobson & Ringrose, 2016; Wurtele & Miller-Perrin, 2014). Es particularmente importante tratar con los jóvenes el doble estándar sexual y evitar el uso de estereotipos de género cuando se diseñen e implementen estrategias para abordar el sexting (Döring, 2014; Wood et al., 2015).
La edad predice todos los comportamientos de sexting, excepto el envío en los chicos. Esto coincide con estudios anteriores (Gámez-Guadix et al., 2017; Madigan et al., 2018) y puede ser debido al aumento del uso de las redes sociales a medida que los adolescentes crecen (Garmendia et al., 2016) y al surgimiento de las primeras relaciones románticas/sexuales, como un desarrollo natural y normativo en la adolescencia (Lantagne & Furman, 2017). En el caso del reenvío de sexting, podría suponer además que, a medida que avanzan en la adolescencia, aumenta el riesgo de que los mensajes de sexting puedan difundirse posteriormente sin consentimiento (Ringrose et al., 2013). Por lo tanto, es importante que los esfuerzos educativos fomenten también la educación sexual de manera temprana (Ahern et al., 2016; Gámez-Guadix et al., 2017). Aunque el sexting es menos frecuente entre los adolescentes muy jóvenes o preadolescentes, los resultados negativos están más presentes en estos grupos (Englander, 2019).
La orientación sexual predice la implicación en el envío de sexting. Concretamente, los adolescentes que se identifican como no heterosexuales participan más en esta práctica, pero no en el resto de comportamientos. Este hecho coincide con investigaciones previas que constataron que los jóvenes de minorías sexuales tienen más probabilidad de participar en el envío de contenido sexual (Gámez-Guadix et al., 2017; Ybarra & Mitchell, 2014). No obstante, los jóvenes de minorías sexuales no son significativamente más propensos a participar en el resto de comportamientos de sexting, más relacionados con formas no consentidas de sexting (Van-Ouytsel et al., 2019). La mayor prevalencia en el envío de sexting podría explicarse potencialmente por el hecho de que el entorno digital permite, especialmente a los jóvenes de minorías sexuales, conectarse con posibles parejas de citas sin temor a repercusiones sociales negativas (Brown et al., 2005).
Tener o haber tenido pareja romántica/sexual en los últimos tres meses predice la implicación en todos los comportamientos de sexting, tanto en chicos como en chicas. Esto coincide con estudios previos que indican que el sexting sucede en mayor medida entre parejas sexuales y/o románticas deseadas o reales (Wood et al., 2015). En la investigación desarrollada por Beckmeyer et al. (2019) también comprobaron que el 84,1% de los adolescentes que se involucraron en sexting tenía una relación romántica. De este modo, el sexting no solo puede conllevar resultados negativos, como la futura difusión del contenido sexual sin consentimiento, sino que también puede conducir a resultados positivos, como el fortalecimiento de una relación romántica (Englander, 2019). En general, hasta la fecha, la literatura se ha centrado más en las consecuencias negativas de este fenómeno, en lugar de aceptarlo como una nueva forma de relación íntima en la red y prevenir sus posibles efectos negativos (Döring, 2014). La sociedad debe aceptar el sexting como una nueva forma de explorar la propia sexualidad en consonancia con la época contemporánea, y educar para que quienes se involucren en esos comportamientos practiquen «sexting seguro», haciéndolos así responsables de su seguridad y permitiéndoles adoptar medidas seguras para protegerse (Villacampa, 2017). Incorporar el sexting en los programas de educación sexual es fundamental para abordar este fenómeno (Van-Ouytsel et al., 2014).
En cuanto al uso de las redes sociales, Snapchat predice el envío y la recepción de sexting, Facebook predice el reenvío, e Instagram predice el reenvío, la recepción y la recepción de reenvíos. Parece que Snapchat es la red social que se usa más para el envío y recepción de sexting, mientras que Instagram se usa más para el resto de comportamientos de sexting. No obstante, esto varía en función del género. En las chicas, el envío no se predice por ninguna red social, mientras que el resto de comportamientos se predicen por el uso de Instagram. En los chicos, el envío y los dos tipos de recepción se predicen por Snapchat, mientras que Instagram se usa para el reenvío y la recepción de reenvíos y Facebook también para la recepción. De manera general, parece que la plataforma Snapchat se utiliza más para intercambiar contenido sexual de manera consensuada entre parejas románticas/sexuales, aunque habría que estudiar si influyen factores como la presión o coerción. Por el contrario, Facebook e Instagram se utilizan con mayor frecuencia para formas de sexting generalmente no consensuadas. Concretamente, el reenvío de contenido sexual puede considerarse la forma de sexting con mayor riesgo porque el contenido puede difundirse más fácilmente y llegar a una mayor audiencia sin consentimiento (Madigan et al., 2018). Por ello, en las actuaciones de prevención es necesario hacer un especial énfasis en dichas plataformas como vías para difundir contenido sexual sin consentimiento. Es esencial desarrollar un uso seguro y saludable de Internet y las redes sociales, destacando, por ejemplo, el control de la información personal en la red (Patrick et al., 2015), así como la comprensión de los derechos y responsabilidades en torno a las tecnologías digitales y las redes sociales virtuales (Gámez-Guadix et al., 2017). Por ejemplo, «Asegúrate» (Del-Rey et al., 2019) es un programa psicoeducativo elaborado con ese fin y en el que se abordan de manera integral fenómenos como el sexting, el ciberacoso y el acoso escolar. Por último, la normalización de sexting aumenta la probabilidad de practicar todos los comportamientos analizados, excepto el envío. Además, en los chicos tampoco predice el reenvío. Este estudio muestra tasas de prevalencia considerables en los distintos comportamientos de sexting, sin embargo no permiten considerarlos como prácticas normativas (Van-Ouytsel et al., 2015). Aunque este fenómeno está cada vez más normalizado (Stanley et al., 2018), este hecho apoyaría la teoría de que los adolescentes perciben ciertas normas de sexting, pero no las aplican necesariamente a sí mismos (Symons et al., 2018). Estas creencias sobre cuán normalizada está esta práctica sí pueden estar influyendo en su predisposición a participar (Lippman & Campbell, 2014). Concretamente, la predisposición a participar en sexting es lo que más predice en la mayoría de los casos la participación, excepto en la recepción de reenvíos tanto en chicos como en chicas. Además, en las chicas, su valor de predicción en el envío y recepción es especialmente destacado. Puede ser que, de manera indirecta, la normalización de sexting esté impulsando la predisposición a participar en este fenómeno y que este último aumente la prevalencia de enviar, recibir y reenviar contenido sexual. De hecho, la norma subjetiva es el predictor más fuerte de la intención sexual de los jóvenes (Walrave et al., 2015). Aunque el intercambio de contenido sexual está lejos de ser un comportamiento normativo, está lo suficientemente extendido y normalizado como para que las iniciativas de educación y prevención que abordan sus posibles consecuencias, especialmente el intercambio sin consentimiento, estén fuertemente justificadas (Mitchell et al., 2012). No obstante, los mensajes basados en el miedo no son efectivos (Stanley et al., 2018). Muchos adolescentes ya tienen una idea de los efectos negativos del fenómeno, y advertir o prohibir por sí solos no lograrían prevenir las posibles consecuencias (Lim et al., 2016). Un enfoque más acertado podría ser centrarse en las perspectivas de la normalización social, señalando que no todos los adolescentes participan en sexting y que, a excepción de los comportamientos de sexting no consensuados, cada uno es libre de decidir si lo practica o no (Englander, 2019).
Es importante tener en cuenta algunas limitaciones a la hora de interpretar los resultados de este estudio. Es necesario considerar el uso de una muestra de conveniencia y la naturaleza transversal de los datos. Del mismo modo, los instrumentos de autoinforme conllevan el riesgo de obtener respuestas socialmente deseables o imprecisas. Sin embargo, esto resulta controvertido dado que diferentes variables e instrumentos pueden influir en la cantidad de varianza que se comparte realmente (Richardson et al., 2009) y recoger y verificar independientemente los datos sobre los comportamientos de sexting sería extremadamente difícil. Además, la dimensión de normalización de sexting presenta una fiabilidad aceptable, pero no muy alta, y podría estar relacionada con el contexto cultural, por ejemplo, la cultura y el sistema educativo de un país pueden imponer más o menos penalizaciones sociales por compartir contenidos sexuales.
En este estudio no se tuvo en cuenta si el contenido sexual enviado fue posteriormente reenviado sin consentimiento o si dicho contenido fue reenviado entre (ex)parejas románticas. Las futuras líneas de investigación podrían abordar estas limitaciones y ampliar los factores que pueden llevar a los adolescentes a involucrarse en este fenómeno. El desarrollo de estudios cualitativos sería útil para comprender más detalladamente las características asociadas a cada comportamiento de sexting y las diferencias de género. Otra medida necesaria sería diseñar, implementar y evaluar programas educativos en las escuelas para abordar las posibles consecuencias negativas de sexting, teniendo en cuenta sus diferentes comportamientos y características.1
Published on 30/06/20
Accepted on 30/06/20
Submitted on 30/06/20
Volume 28, Issue 2, 2020
DOI: 10.3916/C64-2020-01
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