Los que nos dedicamos a la educación, en alguna ocasión hemos utilizado la televisión como recurso curricular. Sin embargo, ¿la televisión es usada realmente como medio de conocimiento, o por el contrario, se ha formulado un sofisticado instrumento de persuasión y control social? No hace mucho tiempo un escritor proponía «algo inaudito»: repensar la democracia, refiriéndose simplemente al hecho de hacer nuestros sistemas políticos parlamentarios más participativos. En esta reflexión, surgían dudas sobre el papel de los medios de comunicación y más concretamente de la televisión, lo cual generaba algunas cuestiones importantes a resolver. Estos interrogantes ya se debatían por autores como Noam Chomsky quien se preguntaba por el tipo de mundo y de sociedad en la que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad. De este modo, se optaba por la construcción de una senda en la que la participación significativa de los ciudadanos en la gestión de sus asuntos particulares fuera imprescindible junto al desarrollo de unos medios de información libres e imparciales. Sin embargo, ya hace décadas que muchos predecían preocupados el advenimiento de otro tipo de democracia que parecía imponerse, basada en el control rígido de los medios. Este control simplemente tendía a reflejar las concepciones de los grupos dominantes de la sociedad. De este modo, en nuestros modelos políticos occidentales se ha generado no una censura directa, sino una dependencia hacia la estructura de la propiedad de los medios, concentrada en pocas y ricas manos. No obstante, y aquí radica uno de los problemas fundamentales de esta comunicación, es esta estructura empresarial la que incide directamente en lo que llamamos: persuasión. La sociedad del siglo XXI está sutilmente instruida sobre qué es lo que hay que ver, oír y pensar, ya que tras las funciones tradicionales de los medios (formar, informar y entretener) existe todo un control social que intenta legitimar el sistema. Ya hace décadas, la Escuela de Frankfurt, proyectada en la figura de Adorno, definía este panorama incidiendo en el poder absoluto de los medios. Un poder que generaría una cultura contemporánea de masas repetitiva y omnipresente que tendería a desarrollar reacciones automizadas y debilitarían la fuerza de resistencia individual. Pero Adorno no se quedaba en este paradigma, el escritor agregaba que la gente no sólo perdería su capacidad para ver la realidad tal como es, sino que también perdería su capacidad para experimentar la vida, convirtiéndose en ciudadanos cretinizados, deshumanizados y caprichosos. Si aceptamos esta sociología de los medios que cada vez parece hacerse más explícita en la sociedad postindustrial, tendríamos que plantear si en ese control social interviene no sólo la mediación política, sino también la mediación periodística. Si fuera así, estaríamos ante lo que se ha denominado «democracia mediada» o «democracia mediatizada». Sea como fuere, lo cierto es que hoy, la información audiovisual, sobre toda la de la televisión,convierte el mensaje en «un espectáculo de la realidad», llena de sentido dramático o de impacto-publicitario emocional, creando un producto vendible, consumible que está regido totalmente por criterios económicos de mercado. La cuestión fundamental de esta comunicación es preguntarnos: ¿es posible una televisión libre e independiente que fundamente el desarrollo de una sociedad verdaderamente democrática participativa y sirva como vía educativa y medio de conocimiento en la «aldea global»?
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Published on 30/09/05
Accepted on 30/09/05
Submitted on 30/09/05
Volume 13, Issue 2, 2005
DOI: 10.3916/25843
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