Sobre los concursantes de los programas de telerrealidad -como sobre la cabeza de Damocles durante el festín de Dionisio, el Viejo- se cierne el peligro de la muerte. La muerte como fin del relato, la muerte televisivamente hablando. No hay fin que no conozca causas y tras la eliminación de cada uno de los concursantes de los programas de convivencia, existen también determinados motivos más o menos consensuables. Aunque a veces abstractos y escasamente aprehensibles, a grandes rasgos se pueden convenir unas pautas de comportamiento en los concursantes que generan simpatía o antipatía al público, aprobación o rechazo. A nadie escapa, por ejemplo, que aquellos concursantes que ocupan una posición de víctima suscitan a menudo la conmiseración del público, o que los espectadores tienden a castigar la infidelidad conyugal de los concursantes dentro de sus lugares de encierro o aislamiento. No es una ciencia exacta, por supuesto, pero los juicios morales de los telespectadores tras la trayectoria de un lustro de estos programas, empiezan a mostrar unas constantes ante los estereotipos que se someten, temporada tras temporada, a la hipervigilancia de esas cámaras. Sobre la esfera pública planean unos personajes que representan -muchas veces de manera esquemática por el maniqueísmo que con el que habitualmente se muestran- un determinado conflicto de orden social. Sus relatos ponen sobre la mesa temas como las diferencias de clase, la desigualdad y los roles en la pareja, la homosexualidad, el racismo, la competitividad y un largo etcétera de los que se deriva un juicio del espectador y una manera de entender esa particular realidad y, por extensión, otras realidades más próximas a su vida cotidiana. Las normas del concurso, el verdadero veredicto, son ese enjuiciamiento que permite atisbar parte de la ideología de una proporción del público de estos programas. Los resultados no son extensibles a la totalidad de la audiencia, pero, en tanto que son el único elemento cuantificable de estos productos, devienen el único parámetro referencial sobre el que los demás espectadores conocen una realidad y la asimilan como tal. El resultado que se recibe del conjunto de las llamadas o mensajes telefónicos dicta unas valoraciones que hablan del propio público. Cuando un concursante se erige como ganador de uno de estos concursos, su victoria se relaciona también con las características de un conjunto de espectadores que ensalza unos valores por encima de los otros. Sin duda los efectos de la identificación y el autorreconocimiento en estos personajes resumen una actitud y unos criterios del espectador. Y, de ello, se deduce la manera cómo el público valora también los temas de carácter social que aparecen en dichos programas. Pero, discutible o no la calidad de estos programas, ¿existe un juicio de calidad no sólo ante esta televisión, sino también ante los problemas que aparecen en este tipo de relatos? Dada la proliferación de estos programas y la larga vida que se les augura, sería interesante analizar cuáles son los aspectos que se ponen en tela de juicio en estos programas y, sobre todo, cuáles son los dictámenes de esa audiencia. La presente comunicación pretende, pues, desarrollar un breve estudio de contenidos de algunos de los programas paradigmáticos de telerrealidad, juntamente con un análisis cualitativo de la recepción de los mismos. De esta manera, tiene la voluntad de estudiar en primer lugar cuáles son los tópicos temáticos que dominan este tipo de programas a través de la representación de sus protagonistas y cuál es el discurso de fondo del espectador en el momento de dictar sentencia. Porque bajo las decisiones de ese teléfono no sólo se halla la suerte de los concursantes, sino también la suerte de nuestra televisión y del criterio de nuestra propia sociedad.
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Published on 30/09/05
Accepted on 30/09/05
Submitted on 30/09/05
Volume 13, Issue 2, 2005
DOI: 10.3916/25721
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