Abstract
A finales de 2017, siete de las ocho empresas de mayor valor en el mundo eran tecnológicas (hace apenas diez años, sólo había una entre las… ¡veinticinco primeras!). Cuatro de las siete personas más ricas del mundo son fundadoras de empresas tecnológicas. Compañías de publicidad por internet como Google o Facebook valen solas veinte veces lo que vale la principal red de cadenas de televisión en EEUU, la CBS. Un gigante de la distribución por comercio electrónico como Amazon vale en bolsa el doble que la red de grandes almacenes Wal-Mart, y quinientas veces lo que vale otro gran distribuidor, Sears. Se fundan continuamente nuevas empresas de tecnología disruptoras y, algunas de ellas, sin ni si quiera cotizar en bolsa, alcanzan valoraciones de más de mil millones de dólares en poco tiempo. Son las conocidas como “unicornios”. Hoy en día existen ya 215, que valen en conjunto unos 747.000 millones de dólares. La empresa de transporte Uber es un “unicornio”. Hace poco, ha sido valorada en más de 60.000 millones de dólares, más que el valor de todas las compañías de alquiler de coches juntas. La red para compartir pisos Airbnb, que tan sólo tiene ocho años de vida, vale más que el gigante hotelero Marriott, con ochenta años de antigüedad. Recientemente, Softbank lanzó el fondo de venture capital “Vision” para invertir en la revolución tecnológica. Tiene la friolera de 93.000 millones de dólares para invertir. Es posiblemente el mayor fondo de capital privado lanzado nunca.
En 1960, la empresa más valiosa del mundo era General Motors, y empleaba a 600.000 personas para ganar unos 7.600 millones de dólares en dinero actual. Hoy en día, la principal empresa en valor es Apple, que gana 84.000 millones de dólares, más de diez veces lo que ganaba General Motors, pero que emplea tan sólo a 116.000 trabajadores. En otras palabras, el beneficio neto por empleado de Apple multiplica por 57 el que en su momento generaba General Motors, abriendo enormes interrogantes sobre si en el futuro habrá suficientes trabajos para todos. Como dijo Voltaire, el trabajo nos libra de los tres males peores, “el vicio, el aburrimiento y la necesidad”. Podríamos añadir la auto-insatisfacción, pero si nos preocupa el futuro de los trabajos, deberíamos también preocuparnos de los cuatro males inherentes.
Pero, ¿qué está pasando? La confluencia de una multiplicación en la capacidad de procesar datos con el empleo de algoritmos avanzados que permiten tratarlos está acelerando la disrupción tecnológica. Datos que crecen de forma desenfrenada gracias a la popularización de internet (accesible para la mitad de la población), la accesibilidad a los smartphones y los sensores capaces de conectar todo tipo de máquinas a internet. Todo ello constituye el caldo de cultivo de la aceleración de la disrupción tecnológica, proceso que se ha denominado “la cuarta revolución industrial”.