Se observa cómo la disposición del telespectador ante las pantallas es de alguna forma una entrega psíquica ante una representación de la que, con demasiada facilidad, no se cuestiona su nivel de realidad y/o veracidad ni se valora de forma selectiva el interés o calidad de su contenido. Es evidente que la forma de ver televisión, como lo es la de leer o escuchar música, depende de un proceso de aprendizaje que se ha obviado encubierto por la cotidianidad omnipresente del televisor, su aparente «naturalidad». Pero el lenguaje televisivo no es un lenguaje natural, sino, más bien al contrario, un complejo sistema de selecciones, exclusiones y estructuras claramente dirigidas a transmitir un mensaje con un alto contenido intencional. Se ha hablado desde hace muchos años de «educación en medios», «educomunicación», se habló incluso de la función del medio televisivo como «edutenimiento». Se han recopilado y revisado recientemente multitud de trabajos de corte reflexivo y especulativo sobre la influencia de la televisión en niños y jóvenes, tema de importante presencia social en la actualidad. Pero quizás es necesario cuestionar de una forma más directa qué tipo de actividad cognitiva se da frente a los televisores y de qué tipo de influencia procede la fascinación hipnótica que producen. En un grado mínimo de participación interactiva esa dinámica se basa fundamentalmente en la estructura rítmica que se construye precisamente para mantener la atención, para sostener la hipnosis de la que depende la eficacia integral, global, del texto. Pero se puede ver también cómo la pasividad con la que cada día se está ante los televisores está neutralizando o modificando esa actividad cognitiva, que podría ser de alguna manera distanciada y potencialmente crítica, eliminando todo tipo de reto intelectivo y favoreciendo más comportamientos propios de individuos hipnotizados, que en muchos casos piensan, dicen y hacen lo que la televisión dice, posiblemente sin darse cuenta de ello. Tanto si se atiende a las motivaciones internas, «necesidades, tendencias e impulsos que, con frecuencia, operan por debajo del umbral de la conciencia» como a las influencias y condicionantes externos que ha articulado la Psicología del Aprendizaje Social, lo que está meridianamente claro es que la mente humana desarrolla los procesos de aprendizaje que constituyen y configuran el sentido de su vida bajo la presión de importantes presiones psíquicas. ¿En qué fase de ese aprendizaje y de qué manera se produce principalmente la configuración de la mente lectora de textos audiovisuales? ¿Puede modificarse, reeducarse, esa configuración, de tal manera que favorezca el distanciamiento y juicio crítico ante los mensajes televisivos? Todos estos interrogantes nos dirigen sin duda a fases iniciales del aprendizaje, a la infancia y adolescencia, e inspiran los trabajos de investigación que estamos desarrollando para la creación de grupos de trabajo con los que experimentar a través de observación participante y grupos de discusión los efectos del aprendizaje activo del medio televisivo en la capacidad de discernimiento ante determinados productos de consumo audiovisual, y en el desarrollo de unidades didácticas audiovisuales que ayuden a desenmascarar de alguna manera el «truco» con el que la televisión construye sus campos de influencia, desde un simple encuadre selectivo que deja fuera la parte de realidad que «no interesa», hasta la forma en la que los textos televisivos construyen nuevas realidades o visiones en las que frecuentemente es difícil distinguir realidad y representación, verdad y punto de vista.
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Published on 30/09/05
Accepted on 30/09/05
Submitted on 30/09/05
Volume 13, Issue 2, 2005
DOI: 10.3916/25713
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